Rusia y occidente (Una relación lastrada por fobias y fóbicos)

Antonio Fernández Ortiz

Historiador

Las actitudes fóbicas con respecto a la propia cultura no son nada nuevo, ni en Rusia ni en otros países, sin ir más lejos en la propia España. Estas actitudes suelen generarse en la parte más hipercrítica de los intelectuales y se extienden paulatinamente al resto de la sociedad. Generalmente se hacen más manifiestas en periodos de crisis y cambio, cuando se quiere hacer mayor hincapié en los aspectos supuestamente negativos de la historia reciente o de la actualidad. Para ello, no se duda en recurrir a la lista de supuestos agravios históricos que justifican las propias posiciones hipercríticas. En España es habitual leer en prensa o escuchar en radio y televisión el recurso a la expulsión de los judíos y de los moriscos, a la conquista de América, al Tribunal de la Santa Inquisición, al Duque de Alba en Flandes o a las maldades de la Mesta, como las partes más visibles de una larga lista de agravios históricos que justifican la condena en la actualidad de prácticamente todo lo español.

Pero no sólo una parte de los españoles somos fóbicos con respecto a nuestra historia y cultura. En la cultura europea occidental está todavía muy presente una actitud de fobia contra la historia y la cultura española. Sin ir más lejos, podemos echar un vistazo a algunas obras de investigación de historiadores holandeses del siglo XX y veremos en ellas cómo Felipe II es considerado poco menos que un ogro que se comía a los niños crudos y con mucha pimienta. Sin olvidar aquellas películas de Hollywood, en las que unos cuantos bravos piratas ingleses ponían, y ponen cuando se tercia, en ridículo a toda la flota española y a los gobernadores de las islas del Caribe o de las ciudades de tierra firme.

* * *

Rusia se caracteriza por tener muy desarrollado todo un conjunto de actitudes fóbicas en su propia cultura, las cuales se han ido manifestando con variada intensidad a lo largo de su historia más reciente. Estas actitudes rusófobas han estado siempre muy presentes en las posiciones de los occidentalistas más radicales. Para ellos Rusia se encontraba, y se encuentra, fuera del contexto de la “Civilización Universal” (en su más pura versión hegeliana) y en situación de permanente atraso con respecto a la modernidad industrializada occidental.

Desde este punto de vista, la única opción para Rusia es incorporarse a occidente, imitando su modelo histórico de desarrollo, desprendiéndose de todas sus particularidades no europeas, consideradas por algunos como asiáticas, verdadero lastre para el progreso. El objetivo principal de la intelligentsia rusa occidentalista, desde Chaadaev hasta la actualidad, pasando por Gorbachov y su “Casa Común Europea”, ha sido el de incorporar a Rusia al seno de la “Civilización Universal”. En la medida que Rusia ha ido resistiéndose a semejante objetivo, las posiciones rusófobas de su intelligentsia occidentalista se han ido radicalizando.

En 1847 el gran escritor ruso Nicolai Gogol publicó un nuevo libro titulado “Lugares escogidos de la correspondencia con los amigos”, que se convirtió en el detonante público de una gran fractura. Como el propio Gogol reconoció: “orientales, occidentales, neutrales, todos se han ofendido”. Pero fue precisamente el joven liberal Vissarión Belinskii, uno de los representantes más brillantes de la intelligentsia occidentalista de aquellos años, quien protagonizó un agrio intercambio epistolar con Gogol a partir de una muy dura crítica al libro recién publicado por el escritor. “O usted está enfermo y necesita urgentemente curarse, o no me atrevo a terminar de expresar mis pensamientos… predicador del látigo, apóstol de la ignorancia, paladín del oscurantismo, adulador de los principios morales tártaros, ¿qué hace usted?”.

Hay partes mucho más duras en la carta que no merecen ser reproducidas ahora. Durante mucho tiempo la carta estuvo prohibida y su difusión castigada con severas penas. Lo mismo ocurrió con el nombre de Belinskii, al que le fue prohibido el acceso a la prensa escrita durante largos años. Así, en abril de 1849 fueron detenidos los asistentes habituales a la tertulia de un rico propietario de tierras (Butashevich-Petrashevskii), siendo acusados, entre otras cosas, de la posesión y difusión de la carta de Belinskii. Veintiuna personas, entre ellas el gran escritor Fiodor Dostoevskii, fueron condenadas a muerte. Por cierto, sólo después de llevar a cabo todo el ritual de la ejecución, en el último segundo, cuando ya esperaban los disparos frente al pelotón de ejecución, les fue comunicada la conmutación de la pena de muerte.

Los ecos del contenido y de las formas de aquella carta siguen resonando todavía en la cultura rusa, aun a pesar de los casi ciento setenta años transcurridos desde que fue escrita. A partir de aquel momento se materializó la intolerancia y el distanciamiento total entre las dos principales corrientes del pensamiento ruso.

* * *

Hay otra rusofobia más allá de las fronteras de Rusia que impregna por completo a la cultura occidental. La hemos visto manifestarse durante estos últimos meses de crisis y conflicto en sus formas y contenidos más burdos y primitivos. Y por qué no decirlo, violentos. España no ha sido una excepción. Ha llamado la atención durante todo este tiempo la especial animadversión de la prensa escrita, la de los grandes periódicos nacionales (no vamos a nombrar a ninguno, para no herir la susceptibilidad de aquellos que por olvido queden fuera de la lista). Tanto de la pluma de sus corresponsales en Rusia, como de los artículos de autores extranjeros que han acogido en sus páginas, han mostrado sin descaro una actitud claramente rusófoba, tomando partido inmediatamente por las posiciones defendidas por Occidente y mostrando a Rusia como la principal causante de la crisis.

Es lógico y evidente que todos estos periódicos se deben a sus líneas editoriales establecidas por las empresas propietarias y por las relaciones de dependencia económica y política de estas empresas con los centros de poder. La tan cacareada objetividad e independencia periodística no es más que una declaración formal de intenciones con apenas recorrido. Todo esto no es nuevo y, como la honradez de la mujer del César, ya se da por supuesto.

Hay otro nivel interesante en el origen de posiciones rusófobas en la prensa española, aquel que está vinculado con la propia experiencia vital de los corresponsales durante su estancia en Rusia. Si tomamos un poco de distancia histórica y nos remontamos unas décadas atrás, quizá podamos entenderlo mejor. Durante los años de la Perestroika los corresponsales extranjeros, y entre ellos los españoles, estuvieron siempre bajo el control de los sectores más occidentalistas en el poder.

Con el fin de que presentaran fuera de la URSS la imagen que más interesaba a aquellos sectores, los corresponsales extranjeros fueron mimados y conducidos de la mano hasta el interior de los círculos y grupos pro-Perestroika y reformistas de aquellos años, los más occidentalistas, aquellos que no podían soportar a la Unión Soviética y que estaban empeñados en su desmantelamiento.

En el peor de los casos, los corresponsales extranjeros tenían de Rusia o de la Unión Soviética un conocimiento similar al de los turistas que volvían a España convencidos de lo mucho que habían aprendido de la maldad del régimen y de la historia de Rusia gracias a los cuentos y leyendas urbanas que les había contado su encantadora guía. Para andar por casa y contar a los amigos quizá fuese suficiente, pero no para escribir un artículo mínimamente decente.

En el mejor de los casos, envueltos en la vorágine de aquellos años, los corresponsales extranjeros sólo mostraban una parte, muy reducida por cierto, de la sociedad rusa. Una parte interesante e importante por su peso específico en aquel proceso, pero al fin y al cabo sólo una parte. El resto de los ricos matices de la sociedad soviética de la Perestroika apenas si quedaron reflejados en las crónicas de los corresponsales extranjeros de aquellos años.

En la actualidad el proceso es similar, entre otras cosas porque se mantienen los viejos contactos y amistades que se intercambian entre la reducida comunidad de periodistas. Como consecuencia, los nuevos corresponsales suelen acabar en los mismos ambientes de hace veinte o treinta años y apenas si profundizan más allá del nivel en el que se encuentran. Un limitado mundo compuesto por rusos occidentalistas hasta la rusofobia y de extranjeros expatriados que se pasan las horas hablando de lo mal que funciona todo en Rusia, de lo fríos y hoscos que son los rusos y que apenas si hablan la lengua del país en el que viven, entre otras cosas porque sólo un reducido número de ellos hace el esfuerzo de estudiarla, y cuyos conocimientos de Rusia apenas van más allá de lo que les ofrece la lectura de un par de periódicos en inglés o francés especialmente editados para ellos en Moscú o San Peterburgo.

Para mayor desgracia, el conocimiento de la literatura, el arte, la ciencia o la historia rusa se reduce a tópicos que circulan y se repiten sin cesar. Así, por poner sólo un ejemplo, la inmensa mayoría de los artículos escritos por los corresponsales españoles sobre Crimea, cuando hablan de la historia de este territorio, se ciñen a resaltar dos o tres ideas básicas de las que a continuación se relacionan: que Crimea fue ocupada por los rusos en el siglo XVIII, que la única población titular de este territorio son los tártaros de Crimea, que esta población titular fue sometida y tiranizada por los rusos, que los tártaros se enfrentaron a los bolcheviques, que Stalin deportó a los tártaros, que Jruschev entregó Crimea a Ucrania. Lo anterior, a gusto del corresponsal, se mezcla, se agita y da el siguiente resultado: Rusia no tiene ningún derecho sobre Crimea y es la culpable de la crisis en Ucrania.

Hay que tener en cuenta que el corresponsal es humano y tiene que ganarse el sueldo para dar de comer a sus hijos. Y como humano, también es perezoso y no le apetece emplear su valioso tiempo en aprender o perfeccionar su ruso para poder leer textos de historia escritos por historiadores rusos u obras literarias escritas por autores rusos. Sería interesante saber cuántos corresponsales, durante los largos años de conflicto en Chechenia, leyeron en ruso los relatos de León Tolstoi, “Cosacos”, “El prisionero del Cáucaso” o “Jadzhi-Murat”.

* * *

Bueno, todo lo anterior hay que tomarlo en su justa consideración, al fin y al cabo son cuestiones de segundo orden. Lo importante está en otro nivel y tiene un origen remoto. Hagamos un intento de mostrarlo con algo de claridad.

Tras la desaparición del Imperio Romano en occidente, aquel mundo sumido en el caos intentó buscar sus señas de identidad en el antagonismo frente a otras culturas, dando lugar a la aparición de una mentalidad dualista donde los arquetipos del bien y del mal, a través del filtro ideológico de la Iglesia Católica, se trasladaron a todas las esferas de la vida social. Occidente acabó identificándose con el mito del Imperio Romano, soñando durante largos años con su reconstrucción. Fue entonces cuando se llevó a cabo toda una formulación teórica sobre el destino de occidente, sobre su papel en el mundo, ligado a la idea de la Luz y de Dios y en continua confrontación con las culturas que podían hacer peligrar la reconstrucción del Imperio. Occidente nació por antagonismo a oriente. De allí venían los bárbaros destructores de la civilización y más tarde los infieles musulmanes, a los que se debía presentar batalla. Nació así la idea de la cruzada contra el mal, finalmente personificado en oriente. No fue un accidente que los caballeros de la Cuarta Cruzada acabaran tomando al asalto la ciudad de Constantinopla en el año 1204, saqueándola e instaurando un Imperio Latino que subsistió hasta el año 1261.

El Humanismo renacentista, la Reforma Protestante y el racionalismo cartesiano del siglo XVII llevaron a la formulación de los principios de la Ilustración francesa. Para entonces Europa occidental ya se había convertido en el centro de colonización y dominio del planeta y había reelaborado la historia eliminando o cambiado de un plumazo todo aquello que no le interesaba. Así, el Imperio Romano de Oriente, había pasado a ser Imperio Bizantino y el periodo comprendido entre la desaparición del mundo romano occidental y el Renacimiento había pasado a convertirse en la Edad Media, la edad de la oscuridad y del estancamiento de la humanidad.

La Biblia fue sustituida por la Enciclopedia y a través de ésta se acabó dogmatizando la idea de la libertad individual como categoría universal en un mundo en proceso de atomización. No obstante, durante la transformación y modernización del pensamiento europeo, determinados arquetipos culturales, relacionados con el destino universal de occidente y de la civilización cristiana, fueron incorporados al nuevo pensamiento, a la filosofía occidental. Así, para Hegel, la Historia Universal, en su devenir geográfico desde Persia pasando por Grecia y Roma, llegó a Europa y encontró en el mundo germánico el espíritu del mundo moderno cuyo fin es la realización de la verdad absoluta.

Nuevamente occidente volvió a considerarse a si mismo como elemento singular y especifico, depositario de los valores humanos universales y de la verdad universal depositada por Dios en la cristiandad, enriquecida posteriormente por la democracia. Europa occidental asumió la capacidad de juzgar cualquier cultura del planeta, determinar quién estaba, o está, dentro o fuera de la Civilización Universal y cuáles son los estadios de su evolución o sus fases de modernización.

Si en algún momento algún país no ha estado de acuerdo, la supremacía tecnológica occidental procedente de la Revolución Industrial se transformó en el mejor argumento para elevar a categoría absoluta el predominio de tan interesante explicación del mundo. Dicha supremacía tecnológica ha tenido, y tiene, muchas y variadas formas de expresarse: en forma de una buena campaña de propaganda, en forma de revolución de colores, en forma de una fragata cañonera británica en las costas de China o en forma de un sofisticado portaaviones de la VI Flota.

* * *

Mediante largas y efectivas campañas de elaboración ideológica, occidente ha conseguido identificar a Rusia con la idea del oriente bárbaro y con la idea del mal. La elección de un selecto vocabulario para referirse a la Unión Soviética durante los años de la guerra fría estuvo a cargo de un personal especializado. Cuando Ronald Reagan utilizó por primera vez en 1983 el concepto de “Imperio del Mal” para referirse a la Unión Soviética no realizó ninguna improvisación.

Una vez conseguida la asociación (Unión Soviética / Rusia = imperio del mal) el resto ya es cuestión menor. Sobre todo si llueve sobre mojado. Decenas de miles de jóvenes de todos los países europeos se unieron en su día a la Alemania nazi para luchar también contra el mal, supuestamente encarnado en aquellos momentos por el bolchevismo ruso.

Esas son las fuentes en España y el resto del mundo occidental de la fobia actual hacía Rusia y lo ruso más allá de sus fronteras. Ahí se esconde el código cultural que predispone al periodista a posicionarse de forma tan radical contra Rusia antes incluso de saber sobre lo que quiere escribir. Lo demás es pura tecnología. Las películas del agente 007, y otros productos más elaborados, sólo refuerzan y activan de tiempo en tiempo ese código cultural ya aprehendido desde la más temprana escuela.

Pero hay que llevar cuidado. Aquellas fobias creadas y cultivadas a lo largo de los tiempos y que en momentos de paz y estabilidad pueden ser consideradas como meras anécdotas históricas no exentas de cierto componente irónico, se convierten en potentes instrumentos de propaganda política en periodos de crisis. Y qué no decir en periodos de guerra. No es la primera vez que Europa recurre a estas fobias para justificar sus incursiones políticas y militares en Rusia.

La experiencia histórica acumulada por Europa tras estas guerras contra Rusia es lo suficientemente aleccionadora como para no tratar de provocar un nuevo conflicto. En este caso, las fobias contra Rusia, ya sean las que ella ha generado en el seno de su propia cultura o las que ha generado la cultura europea, pueden jugar una mala pasada a Europa, si esta última llegara a tomar, como ha ocurrido en otras ocasiones, lo imaginario como real.


Moscú, octubre 2014

(Una versión reducida de este artículo fue publicada en el portal Russia Beyond, RBTH, de 18 de diciembre de 2014)